EL
TIMO DE LA O.R.A. Entre las abundantes triquiñuelas y raterías que
utilizan las diferentes administraciones públicas para exprimir al
ciudadano hay una particularmente miserable y roñosa: la o.r.a., o
sea, el cobro por aparcar en la vía pública.
Y
no sólo por es así por tratarse de algo injustificado e incluso
cercano a la extorsión, sino por la propia naturaleza de la empresa
concesionaria y de los que en ella ‘trabajan’. Aquí va un hecho
ilustrativo y significativo sucedido en una pequeña capital de
provincia del noroeste de España: un hombre va a al centro a visitar
a sus padres, aparca su coche y saca unos 50 minutos de o.r.a.; pero
los susodichos no están en casa, así que se vuelve al coche
pensando qué hacer con el tique; entonces ve a unos ‘controladores’
que, aparato en mano, se disponen a dejar su tarjeta de visita sobre
un vehículo; el hombre se acerca y les pregunta si puede regalar su
tique al reo de multa, a lo que ellos contestan que sí, de modo que
acto seguido sujeta dicho papelito con el ‘limpia’ contra el
parabrisas; sin embargo, hay algo en la actitud de los dos tipos con
ropa reflectante que le causa cierto recelo, así que el hombre que
regala su tique monta en su auto y da la vuelta a la manzana hasta
volver al lugar de los hechos; una vez allí comprueba que los dos
dudosos personajes no se han movido del sitio…, pero el
salvoconducto que él había dejado sobre el acusado ha desaparecido;
al preguntar a los sorprendidísimos figurones qué había pasado con
el papelito en cuestión, balbucean que no saben, que tal vez alguien
se lo haya llevado…, “¿delante de sus propias narices?”,
pregunta el ciudadano, sin embargo, ya no hay ninguna respuesta por
parte de los cada vez más pasmados personajillos, que optan por el
silencio total incluso cuando el indignado pagano se marcha señalando
en voz alta que hay que ser rastrero y miserable para mentir y, en
definitiva, para robar esos cincuenta céntimos…
Este
leve incidente urbano es una muestra perfecta de la catadura moral de
todos los que intervienen en el sospechoso procedimiento: los
vigilantes de la acera, que habrán sido aleccionados (tal vez
incluso obligados) para perseguir inmisericordemente; sus jefes, que
ven a los conductores como enemigos a los que arrebatar botín; y los
mandos municipales, que habrán exigido a la empresa concesionaria
unos resultados mínimos para que el contrato se prolongue.
Pero
el fondo del asunto es aun peor. Antes de que los manirrotos
munícipes adoptaran este sistema de ordeño, los conductores podían
aparcar sin coste en las vías públicas, pues ellos eran quienes
habían pagado la construcción de calzadas, bordillos y aceras; pero
un día los expertos en meter mano en bolsillo de cotizante
decidieron que el impuesto de circulación y demás tasas que se
pagan por la tenencia y uso de vehículos de motor no era suficiente,
así que idearon esta forma de sacar unos céntimos más a cada
usuario de la calzada. Por ello, que a nadie sorprenda si un día el
automovilista recibe en casa una facturita procedente del
ayuntamiento en la que se le explica que tiene que abonar un tanto
por el uso de las no pocas rayas que decoran la carretera, y otro
poco por los semáforos, señales e indicadores, y también por pasar
sobre esos badenes llamados ‘reductores de velocidad’, y por
pisar los pasos de peatones…, e incluso por el oxígeno que gasta
la combustión del hidrocarburo refinado dentro del motor. Lo de
dejar el coche a la sombra ya sería un lujo con tasa especial.
Parece
necesario recordar a los alcaldes y concejales que el asfalto y el
cemento, la pintura, las señales y demás elementos instalados para
posibilitar y regular el tráfico, fueron sufragados por los
impuestos de los contribuyentes, especialmente con los que se carga a
todo posesor de coche; así, no parece lógico ni aceptable exigir
que el estrujado automovilista pague por el uso de algo que se ha
construido con su dinero. Hay veces que se tiene la impresión de que
los gerifaltes del consistorio piensan que todo se ha construido con
dinero de su propio bolsillo y que, por tanto, hacen un favor a la
plebe permitiéndole el tránsito y uso.
Por
su parte, también es preciso reconocer que las empresas dedicadas a
lo que eufemísticamente se llama ‘regulación del aparcamiento’
lo que hacen es cobrar, sólo, sin dar nada a cambio. De este modo,
¿qué da el controlador de la o.r.a. al que aparca?, nada, y sin
embargo le cobra a cambio de esa nada. ¿Y cómo se llaman esos
organismos vive a expensas de otro sin entregar nada a cambio?... Y
es que por mucho uniforme que se pongan, esos vigilantes que rondan
buscando ausencia de salvoconducto no son policías y no tienen
derecho a denunciar; los cuerpos de seguridad vigilan la propiedad
privada, defienden al vecino, persiguen al ladrón y, llegado el
caso, denuncian al infractor, o sea, se ganan su sueldo legítima y
lógicamente, pues dan mucho a cambio; en una palabra, son
imprescindibles. Por el contrario, aquellos cuyo único cometido es
mirar y denunciar, representan la inutilidad. Sobran.
CARLOS
DEL RIEGO